Si las miramos tranquilamente de cerca, a los ojos, transmiten serenidad, la tranquilidad del paso de los años que llevan en sus caparazones, a la vez nos recuerdan de dónde venimos, ya que estamos ante los testimonios vivientes del paso de los años y nos recuerdan lo insignificantes que somos sobre la tierra en el transcurso del tiempo.
No hay ninguna tortuga en el mundo hasta ahora que cuando la he mirado me haya causado más respeto, más intriga, que esta tortuga y no lo digo por su enorme tamaño, sino por su capacidad de hacerme pensar en tiempos remotos, junto a dinosaurios y otras bestias que pudieran habitar este mundo a lo largo de millones de años, porque más de 200 millones de años sobre la tierra es mucho tiempo, y 50 que es el tiempo que aproximadamente lleva esta especie en la tierra es como para pensar que la evolución se ha detenido aquí y nos reserva a estos animales para que lo recordemos.

Majestuosas, impresionantes, orgullosas, no sé muy bien cómo podría describirse a esta especie. La Aldabrachelys gigantea como se le denomina en estos momentos (en mis CITES figuran así) también ha tenido más acepciones para referirse a ella, Geochelone Gigantea, Dipsochelys Dussumeri, Dipsochelys Elephantina... Yo no me complicaré demasiado, en mis CITES dice “Aldabrachelys Gigantea”, y para todos comúnmente conocida como Giganteas de Aldabra o tortuga gigante de Aldabra. De hecho al criador al que las compré le recriminé el nombre que había puesto en los documentos de exportación porque en la documentación que yo estaba rellenando para hacer la importación en España ante las autoridades estaba poniendo otra cosa, ya que pensaba que la clasificación más actual era la de Dipsochelys, pero según me explicó, en CITES y oficialmente la reconocida era la de Aldabrachelys gigantea. Tuve que cambiar toda la documentación y repetir todo porque no podía poner una cosa en los documentos de solicitud de importación y otra en los que emitía él como exportador.
En el atolón de Aldabra, se encuentran las únicas Dipsochelys que hay en el mundo en libertad, este atolón que está formado por pequeñas islas se encuentra dentro del archipiélago de las islas Seychelles, a 430 km al noroeste del extremo norte de Madagascar y a 1.110 km al suroeste de la isla de Mahé, la isla principal del archipiélago.
Un atolón es una isla coralina oceánica, por lo general con forma de anillo más o menos circular, o también se entiende como el conjunto de varias islas pequeñas que forman parte de un arrecife de coral, con una laguna interior que comunica con el mar. Los atolones se forman cuando un arrecife de coral crece alrededor de una isla volcánica, a medida que la isla se va hundiendo en el océano.
Se diferencia de la chelonoidis nigra (tortuga gigante de las galápagos) en que ésta no tiene nucal, aunque es posible encontrarnos alguna dipsochelys sin nucal. Las diferencias morfológicas se ven a simple vista y según algún autor tienen menos relación genética entre ellas que con las astrochelys radiatas de Madagascar.

Las tortugas gigantes en tiempos de piratas, de barcos de vela con bodegas enormes, pero donde ni se sabía lo que era un congelador ni la comida aguantaba lo más mínimo, eran la despensa perfecta cuando los barcos pasaban por islas donde estos animales vivían y además aguantaban hasta seis meses sin comer. De todos es sabido que aún hoy muchas culturas degustan estos animales (las tortugas en general), que muchas de ellas se encuentran al borde la extinción por sus propiedades culinarias (la astrochelys radiata por ejemplo consumida ampliamente por los pueblos malgaches) e incluso nosotros, en nuestra península, en la edad media eran el alimento en muchas casas y monasterios en días de vigilia. Esto hizo que el número de animales que en su día se contaban por miles haya llegado a casi la extinción de muchas de estas especies. De hecho, dentro del género Dipsochelys se cuentan seis especies de las cuales a día de hoy tres ya no existen y de las otras tres, solo de la dussumeri es la que hay cantidad suficiente como para poder pensar en su supervivencia como especie.
Dipsochelys abrupta Grandidier 1868 – Madagascar, (extinta)
Dipsochelys daudinii Duméril y Bibron 1835 - Tortuga gigante de Daudin, Seychelles, (extinto)
Dipsochelys grandidieri Vaillant 1885 - Madagascar, (extinto)
Dipsochelys hololissa Günther 1877 – Tortuga gigante de las Seychelles, sólo en cautiverio 12 ejemplares.
Dipsochelys arnoldi Bour 1982 – Tortuga gigante de Arnold, islas Seychelles, sólo en cautiverio 18 ejemplares.
Dipsochelys dussumieri Gris 1831 Tortuga gigante de Aldabra, atolón de Aldabra, Seychelles
Actualmente se comercializan con relativa accesibilidad, me refiero con esto a que conseguir con documentación legal un animal de estos hace unos años era casi misión imposible y a unos precios completamente prohibitivos, hoy día, se pueden conseguir animales juveniles o babis a unos precios asequibles al gran público y en condiciones más o menos decentes, aunque la mortandad con los babis es mucho mayor cuando el trasiego de los animales es amplio y la manipulación de los mismos hace que el estrés y las condiciones de transporte debiliten a los animales tan pequeños. Por otra parte, cuando se adquieren animales con menos de un año de edad, es muy fácil que o bien errores en la alimentación o condiciones medio ambientales no adecuadas hagan que el crecimiento del caparazón no sea completamente uniforme y con la edad si esto no se corrige es posible que se produzcan malformaciones en el mismo, máxime si esos errores de alimentación o de humedad por ejemplo persisten.

Un ejemplo claro de esto lo padezco yo mismo, cuando adquirí mi primera pareja de giganteas, los animales pesaban entre unos ochocientos cincuenta gramos una y un kilo y doscientos gramos la otra, la menor tenía todos los escudos completamente uniformes y simétricos, muy bonita, con un caparazón ya gris, había pasado de las tonalidades completamente negras, la otra con un caparazón completamente uniforme, pero con dos escudos vertebrales ligeramente asimétricos, no eran perfectos, quedaban ligeramente desplazados uno hacia el otro, las dos preciosas, con unos ojos increíbles, potentes ya como toros, tenían cerca de dos años. Esos escudos de la segunda tortuga fueron creciendo y acentuando cada vez más su asimetría, hoy esa tortuga tiene seis kilos, han pasado unos años y el animal está precioso, impresionante, esbelto, guapísima, pero con dos escudos más juntos que las demás. Todo esto provocado por pequeños detalles que durante esos dos años y pico primeros de vida no controlé ya que no estuvo en mi poder, y hoy puedo decir que gracias a que estuve viendo ese caparazón todos los días, provocándole humedad y calcificando con asiduidad, la cosa se ha ido corrigiendo bastante.
